martes, 14 de mayo de 2013

LLEGAR A LOS CUARENTA
ENRIQUE ORTIZ PALACIOS
A uno de mis mejores amigos no se le ocurrió mejor idea que  celebrar  los cuarenta en una isla paradisiaca de Puerto Rico, las fotografías que luego colgó en Facebook así lo demostraron. Bellos paisajes del viejo San Juan, encantadoras sirenas boricuas y otros detalles fabulosos fueron el colofón de un rito que para algunos hombres o mujeres es tan importante para cerrar y abrir etapas de nuestras vidas.
Llegar a los cuarenta ya es un milagro de la vida. Es convertirse por primera vez en un hombre, un hombre que deja las ilusiones del adolescente que cree que todo lo puede y que la muerte es una invención  de los viejos para no “tener libertad” de hacer todas las mataperradas.
Llegar a los cuarenta es como estar “a la mitad de la carrera de la vida” a decir de Alighieri y cuando volteas la mirada hacia el pasado, recuerdas esas conversaciones con los buenos amigos, los libros variados que nos interpelaron y nos enseñaron a ser mejores personas. Rememoras aquellas películas que nos hicieron derramar alguna lágrima tímida, vienen a la mente aquellos lugares por los que se caminó.  Es la edad en la que se empieza a entender al padre, es cuando con mayor fuerza quieres ser un mejor hijo.
Llegar a los cuarenta no es empezar a ser más viejo, es volverse añejo, es decir, que por haber durado muchos años has mejorado de condición: es el ideal. Es mirarse al espejo y comprobar que los objetivos trazados fueron cumplidos con lealtad, es volverse a mirar al espejo y ver a un ser humano íntegro, a carta cabal.
Llegar a los  cuarenta  sin haber agradecido la infinita paciencia y el colmado amor de tu pareja, resulta verdaderamente espeluznante, ya que gracias a ella se aprende a ser mejor cada día. Es quien corrige tus domésticos defectos con el afán de convertirte en un verdadero homo sapiens  e ir alejándose del  pequeño cavernícola que todo hombre lleva dentro. Es ser el ratoncito valiente, el caballo de madera, la muñeca que tu hija peina, maquilla o desmaquilla con fruición.
Algunos dicen que a esa edad la música te parecerá ruido o que te empezarán  a decir “señor” y ya no “joven”. Por ello,  es importante prepararse para ese día, para no caer en el ridículo de no aceptar el ciclo de la vida. Porque así funciona la naturaleza: seremos el abono de las nuevas generaciones, comprendemos que  esa empieza a ser nuestra misión. Llegar a los cuarenta no es un año más, es empezar a subir la cuesta más difícil pero también la más maravillosa.



CASCADAS

En abril de 1996 apareció por primera vez la Revista Cascadas, han pasado casi diecisiete años de ello y aunque no se haya cumplido el objetivo de ser una publicación bimestral, ha persistido en el intento de “cubrir un inmenso vacío en la literatura de Junín”.
Tengo entre mis manos la número 19 y en ella aparecen escritores como Cortázar y su tan poco conocido poema entre nosotros Romance de los vanos encuentros. Algunos textos del desaparecido Julio César Alfaro o el cuento Había una vez un reloj del tarmeño Blas Puente Baldoceda que hasta donde sabemos es profesor de la Universidad Northem Kentucky USA. La revista nos entera del trabajo que realizan muchos huancaínos o juninenses fuera de la patria. También nos recuerda al tormentoso Enrique Contreras con tres de sus cuentos.
Conocí a su director a propósito de la publicación de mi primer libro de poemas. Mucho tiempo ha transcurrido y a pesar de mi ostracismo o exclusión voluntaria de los círculos literarios, hemos mantenido una respetuosa y amena amistad que se ha ido fortificando a través de los sueños y proyectos, a veces utópicos, por hacer que esta ciudad se convierta en lo que alguna vez fue también el deseo de Manuel Baquerizo; en una ciudad letrada.  
Aunque Cascadas no ha tenido la difusión y el impacto que sí tuvieron por ejemplo la Revista Ciudad Letrada y más tarde Caballo de fuego, ha logrado con creces difundir a autores de diferentes corrientes, ideologías o grupos sin recurrir a la malsana costumbre de pedir “auspicios” o dinero para poder ser incluido.
Solo anhelo que su director, Cirilo López Salvatierra, siga bregando y no desista de esta labor tan encomiable de difusión de la cultura y que se anime a devolverle la vida a su editorial Ramada del búho para que más jóvenes e impetuosos escritores  sigan con una tradición que hace más humano a los humanos: Escribir con el corazón.


LA CULTURA DEL KITSCH
ENRIQUE ORTIZ PALACIOS
                Las imágenes en la que una modelo brasileña se fotografía en el desastre del huracán Sandy, que por cierto también afectó a países como Cuba y poco o nada se ha difundido. La histeria y largas colas de un grupo de fanáticas esperando a su grupito de cantantes coreanos. El tipo ése con su desentonado y monótono baile del caballo. La “brillante” publicidad contra el cáncer de piel  en la que solo se resalta la frivolidad. Todo ello son ejemplos del kitsch, es decir, de la cultura del mal gusto y  el kitsch coincide con las épocas de desintegración de valores.
                Hace unas semanas atrás les sugería a mis alumnos de Diseño Gráfico, urgidos de dinero para un proyecto, que fotografiaran a uno de sus compañeros  previamente maquillado,  de tal manera que sugiriera que estaba  muy enfermo luego subirlo al facebook pidiendo una colaboración  a tal o cual cuenta bancaria y esperaran los pingues resultados. Cuando noté en sus rostros una iluminación, como cuando Colón llegó a las Américas tuve que decepcionarlos  al decirles que eso constituía una inmoralidad y hasta un delito. Además los del entorno fujimorista ya se me habían adelantado a la idea.
                Umberto Eco en su libro Apocalípticos e integrados, desarrolla de manera más amplia la cultura del kitsch, de las masas fácilmente manipulables a través de repetitivos mensajes publicitarios  que apelando a recursos simples y vulgares, como el mencionado líneas arriba. Recurriendo a palabras redundantes, o sonidos monótonos, casi primitivos como la del tipo del baile del caballo logran su cometido: consumir, consumir, consumir y para nada pensar.
                Se le engaña al consumidor haciéndole creer que cuanto más moderno es el celular que lleva, más  cerca está de la gente “bien”, de aquel grupo privilegiado que conversa con Dios. Y ese monstruo llamado publicidad está ahí, husmeando en nuestros lugares más privados, más íntimos, estudiando nuestras carencias, nuestros defectos y no para tratar de  corregirlos, sino para aprovecharse de ello. Por eso no es raro escuchar decir a los dueños de Telefónica  que el Perú ya tiene más de treinta millones de celulares, o sea, un celular por cada peruano.
¿Y cómo combatir la cultura del mal gusto? si los colegios están preocupados en “preparar” a los muchachos para las universidades, esa universidades en donde ni laboratorios, ni buenas bibliotecas encontramos, en donde los profesores repiten, todos al unísono, las clases que ya están en un manual, en un librito o en una separata. El mal gusto se combate con debates, con intercambio de ideas, con la discusión de lecturas, con la asistencia a un maravilloso espectáculo teatral y lamentablemente ni una butaca, ni un local o espacio para la cultura tenemos en esta ciudad para no retroceder en la escala evolutiva y terminar convertidos en unos elementales cuadrúpedos.